lunes, 6 de diciembre de 2021

Por tierras de Montemayor

Ruta: Montemayor del Río-Lagunilla-Montemayor del Río

Grupo Senderista: ADEMOXA

Fecha: 28 de noviembre de 2021

   Para algunos, esta jornada senderista constituía un agradable reencuentro con caras conocidas tras el impedimento frustrante del Covid19; por tanto, el ánimo tenía un plus de retomadas sensaciones placenteras, sustanciadas en el también reencuentro con la Naturaleza y su cohorte de sonidos, aromas y  maravillosas visiones.

   Y es que esta ruta ha sido una verdadera colección de postales otoñales que comenzamos a percibir ya desde la salida desde Montemayor del Río, donde fuimos un trecho escoltados por el rumor escondido entre castaños el río Cuerpo de Hombre, el ancestral “Hominis Corpus” de los romanos, que transporta sus heladas aguas desde el glaciar de la sierra de Candelario donde nace. En el ascenso hacia Lagunilla nos azota un viento inmisericorde nada mitigado por un sol débil y esquivo, que presagian ya los rigores del cercano diciembre. Los prados todavía conservan a esta hora su costra blanquecina de rocío helado, y con el carámbano del camino evocamos olvidadas epopeyas infantiles.

     Una permanente lluvia de hojas de roble y castaño van configurando una auténtica alfombra a nuestro paso, con la escolta  mullida de piedras que visten su abrigo verde de musgo. Maravilloso. Un descanso: las esencias de la otoñada dan paso por unos minutos a aromas bizarros de chorizo y tortilla de patatas, de mandarina y pitarra de Robledillo.

   Y el camino ascendente nos presenta ya a Gredos, que ha estrenado hace poco su primer manto blanco, preludio de un imponente aspecto que no abandonará ya hasta la primavera. Suerte tienen los habitantes de Lagunilla, de vivir frente a semejante telón de fondo. Bueno, parece que ya toca bajar.


Una parada obligada en un photocall impresionante: el centenario castaño apodado “el Mozo”, que sin duda ha visto pasar a miles de caminantes, buhoneros, pastores y ganados, y que ahora, en su senectud,  sirve generosamente de solaz desenfadado a senderistas sin otro objetivo que la admiración de lo bello.

   Por eternos y esponjosos tapices de hojas, vamos en búsqueda de nuevo del río Cuerpo de Hombre, ahora por su orilla meridional, el cual nos presenta ya, entre la maraña de los castaños desnudados por el otoño, la estampa escarpada de Montemayor, que parece haberse desparramado desde lo alto, vertido por el medieval castillo de San Vicente. Cruzamos por el puente de un solo ojo como la meta de una maratón deliciosa y, tomando un café caliente, cierro con deleite los ojos: solo veo hojas, hojas, hojas…


 

miércoles, 6 de noviembre de 2019

La Travesía


     Decía Mahatama Gandhi que “nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”. Pues con ese ánimo de victoria incierta, como un equipo que se enfrenta a una difícil eliminatoria, emprendimos el pasado día 3 de noviembre la marcha por las empinadas calles de Villamiel, recién despojadas de sombras por la lozana irrupción de la amanecida. Los retos tienen un componente mental muy significativo, y ese hálito de superación iba poco a poco anidando en nuestros ánimos: “¿podré con los amenazantes  32 Km. que figuran en el programa de la ruta?”


   Pero pronto el panorama visual que se nos ofrecía eclipsaba esas componendas mentales: es el momento de los sentidos, y el otoño se va  adueñado de la Sierra con sus mantos ocres, como queriendo envolver el paisaje para mejor preservarlo de los futuros rigores invernales. El cielo está encapotado, pero tan solo una suave lluvia de hojas de roble acaricia nuestro serpenteante tránsito por los senderos ascendentes se la serranía antes de convertirse en mullida alfombra a nuestro paso. El grupo se estira, las conversaciones cesan para no interferir en el ardor físico que requiere la subida; esto hace que en algunos tramos se camine solo, con la única compañía de la inmensidad natural. Y entonces me acuerdo de Jesús, que hoy sigue atentamente nuestra ruta desde otro sitio más transcendente, allá donde los caminantes experimentados han encontrado un glorioso final que, sin embargo, sigue siendo inmortal por el recuerdo indestructible de todos quienes sentimos orgullo de caminar a su lado.


   Y entramos en los dominios sacros del padre Jálama que, como siempre, nos recibe con el azote inmisericorde del viento, esa atávica penitencia por profanar sus ancestrales feudos.  Nos vamos aproximando al Km. 19, donde se decide o no la continuidad; como decía Gandhi, el esfuerzo hasta aquí ya ha recompensado sobradamente nuestra expectativa. Quienes continuamos, lo hacemos con ese contradictorio pero placentero desasosiego de quien sabe que no hay macha atrás. Ya hay que llegar hasta el final, superando las últimas pruebas a las que nos somete la sinuosa orografía serragatina. Helechos gigantes parecen hacernos transitar por un extinto bosque de la Era Terciaria, y cuando coronamos el Puerto de Castilla, ya con la callada protesta de nuestras piernas,  nos embarga el mismo sentimiento que al acceder al Monte do Gozo, pues pronto los tejados de Gata emularán sin complejos a las sublimadas torres compostelanas. Hemos llegado. En este caso, ha habido esfuerzo, pero también resultado.
La vida moderna, muchas veces anodina y con escasos alicientes, no ofrece muchas oportunidades de superación. Por eso, gracias, ADEMOXA.
Imágenes: Fernando Cordero

domingo, 24 de abril de 2016

Travesía Sierra de Gata

Gata-San Martín de Trevejo



     La ruta de hoy, con dos niveles de dificultad, tenía algo de rito iniciático para los más atrevidos, algo así como acceder a una mayoría de edad senderista que ha permanecido latente, uno reto personal de autoafirmación y logro que impulsaba un ánimo entre exultante y cauto. Y en esta filosofía de la superación han estado presentes, para ser vencidos, los cuatro elementos que las doctrinas metafísicas de la antigüedad usaban para explicar los patrones de la Naturaleza: tierra, agua, aire y fuego.

     Gata, con su perfil laborioso iluminado ya por la amanecida, es una realidad inclinada que vierte su tipismo ancestral sobre las laderas medias de la sierra a la que da nombre. De aquí hemos partido afrontando el plato fuerte de la jornada como no queriendo postergar el esfuerzo a momentos más inciertos: la subida al puerto Castilla es una penitencia anticipada  del pecado que supone disfrutar de los paisajes de la jornada; nos conducimos  por uno de esos adorables caminos de herradura cuyo empedrado fue pulido durante siglos por las caballerías como gemas pobres de la tierra hasta que las bestias abdicaron de su trasiego empujadas al olvido por el zumbido soez de los motores. Por San Blas nos azota con fuerza el viento (el elemento de Anaxímenes), dueño y señor de los altos roquedales, receloso ante nuestra presencia ahora intermitente por los distintos niveles de fuerza con la que conseguimos cumbrear el puerto, cerca de la cota 1.200 m.


     El sol se empieza a asomar tras la serranía tonificando nuestro coraje y mostrándonos en plenitud los colores del paisaje que las generosas lluvias de abril han preñado de primavera. Nuevo elemento, la tierra de Jenófanes, la sierra de Gata que sentimos que nos pertenece, se abre en una perspectiva teñida del verde de los pinos alternando con el violeta por los mares de brezos florecidos que trepan con descaro por la ladera este del Jálama. Pero más allá asistimos a la lucha encarnizada entre otros dos elementos, pues presenciamos encogidos los estragos del fuego destructor de Heráclito, que combinado con la ignorancia de los hombres, ha convertido los senderos otrora flanqueados de pinos y helechos en un paisaje lunar donde emergen esqueletos calcinados como penosa ultratumba de la belleza. Pero también el agua vivificadora, el agua de Tales de Mileto es la música celestial de los arroyos, el bramido brioso de la cascada, la frescura regeneradora que puede devolver a la Sierra sus galas verdes más preciadas.


     Bajo la rigurosa presencia del padre Jálama, cuya cumbre cercana nos escolta, iniciamos la bajada a San Martín entre castañares a punto de vestirse para la primavera. Ya van casi treinta kilómetros. Las piernas pesan y pugnan por pegarnos al suelo, pero el alma levita de gozo y batalla por elevarnos al cielo: de esta forma nos dejamos caer en San Martín de Trevejo, con la radiante esbeltez del reto conseguido, como figuras del Greco escapadas del lienzo de nuestros propios temores. Y damos rienda suelta a nuestra alegría, como niños que se han hecho mayores. Recordaremos esos rostros radiantes de compañeras y compañeros de ruta, iluminados por la felicidad de un secreto logro cada vez que evoquemos que un día hicimos La Travesía.


 

domingo, 28 de febrero de 2016

Grimaldo-Castillo de Mirabel-Mirabel






   Salimos de la pequeña pedanía de Grimaldo, que tiene hasta una leyenda hecha realidad: en el siglo XV se produjeron en el camino varios asaltos a viajeros, que eran robados y asesinados. La Santa Hermandad consiguió apresar a los facinerosos, a los que cortó las cabezas, que fueron colgadas en las almenas del pequeño castillo. Hasta aquí la leyenda, pero resulta que en los años 50 del siglo pasado, al realizar unas obras en el exterior aparecieron unos enterramientos antiguos: cinco esqueletos… pero ningún cráneo. La leyenda era verdad, allí yacían los cuerpos de los asaltantes.

     Ajenos a estos escarceos bajomedievales y por la única calle de Grimaldo enfilamos la pronunciada subida que nos situará en el primero de los cerros que conforman la sierra de Santa Marina, llamado Cáceres el Viejo, donde también se dice que acampó Viriato en sus luchas contra las legiones romanas.
Pero dejémonos de historias, que hay que concentrarse en la penosa ascensión por el cortafuegos hasta la estación repetidora. El fuerte y helado viento que sobrevive a este atípico invierno nos azota con fuerza por el norte, pero no es obstáculo para contemplar en la cumbre un paisaje espectacular, a ver quién identifica más pueblos: Acehúche, Portaje, Torrejoncillo, Coria, Casas de Don Gómez, Cilleros, Holguera, Riolobos, Galisteo, Carcaboso, el Batán, la Puebla de Argeme, Plasencia, Mirabel… y así hasta las sierras septentrionales que separan Extremadura de la Meseta.
Y por el sur se divisan igualmente las crestas de la Sierra de San Pedro, divisoria de las cuencas del Tajo y Guadiana. Es decir, oteamos la totalidad de la provincia desde su parte central. Qué tierra tenemos. Todo un privilegio que saboreamos como merece.


   Circulamos por las crestas de la serranía bajo la atenta mirada de los buitres del cercano Monfragüe en labores de vigilancia, y usamos los cortafuegos como precarias autovías en obras para nuestro desplazamiento, de otra forma sería imposible abrirnos camino entre mares de jaras y brezos ya floridos que pintan de verde y rosa una orografía abrupta. Después de una bajada de verdadera aventura llegamos al pico Zapatero, 752 m. de altura, suficientes para seguir mostrándonos el mapa físico de los valles del Tajo y Alagón hasta las nevadas estribaciones de la sierra de Tornavacas.


   Última estación, castillo y pueblo de Mirabel. Última leyenda: los cristianos agotaban sus provisiones ante un largo asedio musulmán del castillo. Pero el capitán cristiano ordena arrojarles los últimos trece panes; los sarracenos, confusos y abatidos exclaman “¡vámonos, su comida es abundante si estos dones nos regalan!”. Desde las saeteras del viejo castillo del cerro del Acero se divisa Mirabel, final de trayecto. Una nueva travesía legendaria, esta vez sin enemigos, pero con héroes y todo: ¡nosotros!, que descansaremos esta noche como vencedores de un nuevo reto, con la satisfacción de haber estrechado en el camino esos lazos que lo harán todo más fácil el próximo día.