domingo, 25 de octubre de 2015

Cantagallo-Puerto de Béjar-Peñacaballera

     Ha sido esta una de esas rutas que uno empieza a disfrutar aún antes de que las piernas comiencen a reclamar su protagonismo. Desde el autobús hemos contemplado cómo la neblina que ocultaba el panorama se ha rendido definitivamente al avance de esta mañana de octubre y se ha hecho patente el verde intenso con sus matices ocres otoñales a medida que nos aproximábamos al punto de partida. Los pequeños pueblos serranos del Valle del Ambroz, situados en la falda occidental, parecían seguir con atención nuestro trayecto en dirección a las tierras altas que se desparraman de Gredos, vigiladas siempre desde la cumbre del Pinajarro. Esas enormes masas forestales de robles y castaños me han hecho recordar que en Extremadura existen 500 millones de árboles, es decir, que hay 500 por cada extremeño, y que cuando perdemos una parte de esa riqueza forestal, como ha ocurrrido en Gata, es como si quedáramos de alguna manera huéfanos de los árboles que nos tocan.

     Partimos de Cantagallo. Ahora toca experimentar el paisaje in situ, introduciéndonos decididamente en las entrañas de la otoñada. Circulamos por estrechas sendas tapizadas de hojas y castañas, flanqueados por mullidos musgos y mares de helechos; el sol quiere aparecer trabajosamente por el entresijo de las altas ramas del castañar, produciendo efectos mágicos y claroscuros que nos fascinan. De trecho en trecho amplias y verdes praderas dan una tregua a la espesura.
Alguna subida pronunciada en el sendero pone a prueba nuestras fuerzas, pero pronto estamos en el Puerto de Béjar, que recoje arroyos que discurren por sus calles, donde domina la piedra granítica: huele a humo de leña y a torreznos; a pueblo serrano.
     Tras reponer energías el sendero nos eleva de nuevo lentamente hasta dominar el valle y poder divisar desde lo alto los pueblos que nos han visto pasar y bellas panorámicas hasta donde alcanza el horizonte. Es hora de descender hasta Peñacaballera, usando parte del trazado original de la Vía de la Plata, por el mismo lugar que lo hiciera hace dos mil años Quinto Cecilio Metelo con sus legiones romanas para aplacar la arisca resistencia de nuestros antepasados lusitanos. Ha llegado, por fin, el momento del descanso, de comentar las incidencias de la jornada: todas las dificultades han merecido la pena, incluido el despiste de buena parte del grupo que hizo algunos kilómetros añadidos. La convivencia, una vez más, justifica cualquier esfuerzo en una jornada espléndida de belleza natural. Mañana hay que trabajar, pero el objetivo de aparcar las rutinas y sinsabores de la semana está sobradamente cumplido.

jueves, 1 de octubre de 2015

La ruta del contrabando

     Bastantes años después de la posguerra española todavía existía contrabando en la frontera hispano-lusa, presente desde tiempo inmemorial. Las dificultades económicas derivadas de una agricultura improductiva empujaban a gente humilde a esta actividad, organizados a veces en cuadrillas que al amparo de la noche cruzaban la frontera con sus cargamentos. Fue un modo de vida admitido tácitamente a ambos lados de la Raya y existieron muchas rutas y pasos, algunas de ellas montañosas situadas en el confín noroeste extremeño, que hemos experimentado el pasado domingo.

    Para llegar allí primero hay que atravesar el paisaje lunar que supone la zona arrasada por el fuego hace tan solo unas semanas: esqueletos de pinos y robles calcinados sobre un suelo pelado y negro en una extensión enorme que introduce en el horizonte una tonalidad tenebrista en los matices nacientes del otoño. Pero el verde intenso irrumpe con fuerza subiendo a Valverde del Fresno, arropado por un impresionante y tupido monte de castaños que dan relevo a pinos y robles sobre un mar de helechos. La sucesión de estas dos visiones contrapuestas son un verdadero tránsito de la muerte a la vida, las dos caras de la sierra que reafirman la magnitud de la barbarie incendiaria y que me hace sentir huérfano de alguna manera. Todos somos Sierra de Gata. Las crestas erizadas de la sierra guardan celosamente el ancestral idioma de a fala en el Val de Xálima. Al este la fortaleza templaria de Trevejo; hacia poniente, la continuación portuguesa de Serra da Malcata. Estamos llegando a  nuestro objetivo de recorrer a pie una de las rutas tradicionales usadas en el contrabando de la Raya, aquel arraigado modo ilegal de vida que pervivió  hasta languidecer a finales del siglo XX con la eliminación de las fronteras de la Unión Europea.

     Situados en la pequeña localidad lusa de Foios, con los aromas montaraces de una mañana espléndida, subimos animosamente un grupo de setenta caminantes como modernos y despreocupados mochileros, emulando el trayecto que otrora realizaran asiduamente aquellos contrabandistas de café o tabaco. La Asociación Deportiva de Montaña Xálima (Ademoxa), de Moraleja, con sus entusiastas componentes, organizaba esta agradable jornada senderista en los confines septentrionales y fronterizos de Extremadura. Siempre me ha cautivado la sensación de transitar por los caminos que antes pisaron lejanos antepasados, ya fueran bandidos, buhoneros o aquellos románticos viajeros de la Ilustración. Cruzamos la frontera española para bajar a la salmantina Navasfrías, feliz topónimo que define a la perfección sus siempre verdes praderas. Las imponentes sombras de los robledales nos escoltan a ambos lados de la senda que va abriendo camino en dirección de nuevo a la divisoria portuguesa rebasando la inexistente raya. Las piernas empiezan a pesar, presagiando esas molestas pero saludables agujetas del día después, pero pacientemente nos plantamos en el final de la etapa: Aldeia do Bispo. Hoy hemos traficado con ejercicio, convivencia y concordia. Y emocionalmente hemos rendido tributo al recuerdo de aquellos contrabandistas humildes obligados por la miseria a transgredir las leyes internacionales del comercio.