domingo, 28 de febrero de 2016

Grimaldo-Castillo de Mirabel-Mirabel






   Salimos de la pequeña pedanía de Grimaldo, que tiene hasta una leyenda hecha realidad: en el siglo XV se produjeron en el camino varios asaltos a viajeros, que eran robados y asesinados. La Santa Hermandad consiguió apresar a los facinerosos, a los que cortó las cabezas, que fueron colgadas en las almenas del pequeño castillo. Hasta aquí la leyenda, pero resulta que en los años 50 del siglo pasado, al realizar unas obras en el exterior aparecieron unos enterramientos antiguos: cinco esqueletos… pero ningún cráneo. La leyenda era verdad, allí yacían los cuerpos de los asaltantes.

     Ajenos a estos escarceos bajomedievales y por la única calle de Grimaldo enfilamos la pronunciada subida que nos situará en el primero de los cerros que conforman la sierra de Santa Marina, llamado Cáceres el Viejo, donde también se dice que acampó Viriato en sus luchas contra las legiones romanas.
Pero dejémonos de historias, que hay que concentrarse en la penosa ascensión por el cortafuegos hasta la estación repetidora. El fuerte y helado viento que sobrevive a este atípico invierno nos azota con fuerza por el norte, pero no es obstáculo para contemplar en la cumbre un paisaje espectacular, a ver quién identifica más pueblos: Acehúche, Portaje, Torrejoncillo, Coria, Casas de Don Gómez, Cilleros, Holguera, Riolobos, Galisteo, Carcaboso, el Batán, la Puebla de Argeme, Plasencia, Mirabel… y así hasta las sierras septentrionales que separan Extremadura de la Meseta.
Y por el sur se divisan igualmente las crestas de la Sierra de San Pedro, divisoria de las cuencas del Tajo y Guadiana. Es decir, oteamos la totalidad de la provincia desde su parte central. Qué tierra tenemos. Todo un privilegio que saboreamos como merece.


   Circulamos por las crestas de la serranía bajo la atenta mirada de los buitres del cercano Monfragüe en labores de vigilancia, y usamos los cortafuegos como precarias autovías en obras para nuestro desplazamiento, de otra forma sería imposible abrirnos camino entre mares de jaras y brezos ya floridos que pintan de verde y rosa una orografía abrupta. Después de una bajada de verdadera aventura llegamos al pico Zapatero, 752 m. de altura, suficientes para seguir mostrándonos el mapa físico de los valles del Tajo y Alagón hasta las nevadas estribaciones de la sierra de Tornavacas.


   Última estación, castillo y pueblo de Mirabel. Última leyenda: los cristianos agotaban sus provisiones ante un largo asedio musulmán del castillo. Pero el capitán cristiano ordena arrojarles los últimos trece panes; los sarracenos, confusos y abatidos exclaman “¡vámonos, su comida es abundante si estos dones nos regalan!”. Desde las saeteras del viejo castillo del cerro del Acero se divisa Mirabel, final de trayecto. Una nueva travesía legendaria, esta vez sin enemigos, pero con héroes y todo: ¡nosotros!, que descansaremos esta noche como vencedores de un nuevo reto, con la satisfacción de haber estrechado en el camino esos lazos que lo harán todo más fácil el próximo día.