Ruta: Montemayor del Río-Lagunilla-Montemayor del Río
Grupo Senderista: ADEMOXA
Fecha: 28 de noviembre de 2021
Para algunos, esta jornada senderista constituía un agradable reencuentro con caras conocidas tras el impedimento frustrante del Covid19; por tanto, el ánimo tenía un plus de retomadas sensaciones placenteras, sustanciadas en el también reencuentro con la Naturaleza y su cohorte de sonidos, aromas y maravillosas visiones.
Y es que esta ruta ha sido una verdadera colección de postales otoñales que comenzamos a percibir ya desde la salida desde Montemayor del Río, donde fuimos un trecho escoltados por el rumor escondido entre castaños el río Cuerpo de Hombre, el ancestral “Hominis Corpus” de los romanos, que transporta sus heladas aguas desde el glaciar de la sierra de Candelario donde nace. En el ascenso hacia Lagunilla nos azota un viento inmisericorde nada mitigado por un sol débil y esquivo, que presagian ya los rigores del cercano diciembre. Los prados todavía conservan a esta hora su costra blanquecina de rocío helado, y con el carámbano del camino evocamos olvidadas epopeyas infantiles. Una permanente lluvia de hojas de roble y
castaño van configurando una auténtica alfombra a nuestro paso, con la
escolta mullida de piedras que visten su
abrigo verde de musgo. Maravilloso. Un descanso: las esencias de la otoñada dan
paso por unos minutos a aromas bizarros de chorizo y tortilla de patatas, de
mandarina y pitarra de Robledillo.
Y el camino ascendente nos presenta ya a Gredos, que ha estrenado hace poco su primer manto blanco, preludio de un imponente aspecto que no abandonará ya hasta la primavera. Suerte tienen los habitantes de Lagunilla, de vivir frente a semejante telón de fondo. Bueno, parece que ya toca bajar.
Una parada obligada en un photocall impresionante: el centenario castaño apodado “el Mozo”, que sin duda ha visto pasar a miles de caminantes, buhoneros, pastores y ganados, y que ahora, en su senectud, sirve generosamente de solaz desenfadado a senderistas sin otro objetivo que la admiración de lo bello.
Por eternos y esponjosos tapices de hojas, vamos en búsqueda de nuevo del río Cuerpo de Hombre, ahora por su orilla meridional, el cual nos presenta ya, entre la maraña de los castaños desnudados por el otoño, la estampa escarpada de Montemayor, que parece haberse desparramado desde lo alto, vertido por el medieval castillo de San Vicente. Cruzamos por el puente de un solo ojo como la meta de una maratón deliciosa y, tomando un café caliente, cierro con deleite los ojos: solo veo hojas, hojas, hojas…