
Partimos de Cantagallo. Ahora toca experimentar el paisaje in situ, introduciéndonos decididamente en las entrañas de la otoñada. Circulamos por estrechas sendas tapizadas de hojas y castañas, flanqueados por mullidos musgos y mares de helechos; el sol quiere aparecer trabajosamente por el entresijo de las altas ramas del castañar, produciendo efectos mágicos y claroscuros que nos fascinan. De trecho en trecho amplias y verdes praderas dan una tregua a la espesura.
Alguna subida pronunciada en el sendero pone a prueba nuestras fuerzas, pero pronto estamos en el Puerto de Béjar, que recoje arroyos que discurren por sus calles, donde domina la piedra granítica: huele a humo de leña y a torreznos; a pueblo serrano.
Tras reponer energías el sendero nos eleva de nuevo lentamente hasta dominar el valle y poder divisar desde lo alto los pueblos que nos han visto pasar y bellas panorámicas hasta donde alcanza el horizonte. Es hora de descender hasta Peñacaballera, usando parte del trazado original de la Vía de la Plata, por el mismo lugar que lo hiciera hace dos mil años Quinto Cecilio Metelo con sus legiones romanas para aplacar la arisca resistencia de nuestros antepasados lusitanos. Ha llegado, por fin, el momento del descanso, de comentar las incidencias de la jornada: todas las dificultades han merecido la pena, incluido el despiste de buena parte del grupo que hizo algunos kilómetros añadidos. La convivencia, una vez más, justifica cualquier esfuerzo en una jornada espléndida de belleza natural. Mañana hay que trabajar, pero el objetivo de aparcar las rutinas y sinsabores de la semana está sobradamente cumplido.