Decía Mahatama Gandhi que “nuestra recompensa se
encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una
victoria completa”. Pues con ese ánimo de victoria incierta,
como un equipo que se enfrenta a una difícil eliminatoria, emprendimos el
pasado día 3 de noviembre la marcha por las empinadas calles de Villamiel,
recién despojadas de sombras por la lozana irrupción de la amanecida. Los retos
tienen un componente mental muy significativo, y ese hálito de superación iba
poco a poco anidando en nuestros ánimos: “¿podré con los amenazantes 32 Km. que figuran en el programa de la
ruta?”
Pero pronto el panorama visual que se nos
ofrecía eclipsaba esas componendas mentales: es el momento de los sentidos, y el
otoño se va adueñado de la Sierra con
sus mantos ocres, como queriendo envolver el paisaje para mejor preservarlo de
los futuros rigores invernales. El cielo está encapotado, pero tan solo una
suave lluvia de hojas de roble acaricia nuestro serpenteante tránsito por los
senderos ascendentes se la serranía antes de convertirse en mullida alfombra a
nuestro paso. El grupo se estira, las conversaciones cesan para no interferir
en el ardor físico que requiere la subida; esto hace que en algunos tramos se
camine solo, con la única compañía de la inmensidad natural. Y entonces me
acuerdo de Jesús, que hoy sigue atentamente nuestra ruta desde otro sitio más
transcendente, allá donde los caminantes experimentados han encontrado un
glorioso final que, sin embargo, sigue siendo inmortal por el recuerdo
indestructible de todos quienes sentimos orgullo de caminar a su lado.
Y entramos en los dominios sacros del padre
Jálama que, como siempre, nos recibe con el azote inmisericorde del viento, esa
atávica penitencia por profanar sus ancestrales feudos. Nos vamos aproximando al Km. 19, donde se
decide o no la continuidad; como decía Gandhi, el esfuerzo hasta aquí ya ha
recompensado sobradamente nuestra expectativa. Quienes continuamos, lo hacemos
con ese contradictorio pero placentero desasosiego de quien sabe que no hay
macha atrás. Ya hay que llegar hasta el final, superando las últimas pruebas a
las que nos somete la sinuosa orografía serragatina. Helechos gigantes parecen
hacernos transitar por un extinto bosque de la Era Terciaria, y cuando
coronamos el Puerto de Castilla, ya con la callada protesta de nuestras
piernas, nos embarga el mismo
sentimiento que al acceder al Monte do Gozo, pues pronto los tejados de Gata
emularán sin complejos a las sublimadas torres compostelanas. Hemos llegado. En
este caso, ha habido esfuerzo, pero también resultado.
La vida moderna, muchas
veces anodina y con escasos alicientes, no ofrece muchas oportunidades de
superación. Por eso, gracias, ADEMOXA.
Imágenes: Fernando Cordero
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