domingo, 31 de enero de 2016

La Torre Almenara



Torre de don Miguel-Gata-Almenara-Cadalso-Torre de don Miguel 

   Las nubes se desparramaban del Jálama en la última mañana de enero, como la cabellera blanca de un patriarca  que guarda con celo la sierra a recaudo de intrusos.  Hoy he visto caras nuevas, otras habituales faltaban, pero sin variación en esa expresión de júbilo que anticipa una agradable jornada senderista: los componentes del grupo son como ese río impetuoso cuyas aguas son cambiantes pero fieles a la cita cierta de su curso. Hoy tocaba Sierra de Gata, donde  la alfombra verde de la invernada pugna ya por disputar  su primacía a la negra estela del fuego, como un enorme camposanto  que acoge y redime la muerte de los árboles.

     La Torre de don Miguel  nos saluda con su claro acento ya serragatino, y sus oscuros pasadizos y callejas en pronunciada cuesta son el preludio urbano con sabor a agujetas de lo que nos espera después.
Bajar a Gata por un camino empedrado tiene un regusto de añoranza imposible, como si regresáramos al atávico pueblo que todos llevamos dentro por el mismo camino donde lo hicieran durante siglos antepasados comunes, esas gentes rudas pero auténticas y claras de los que somos orgullosos descendientes.


   Ya se ve a lo lejos la Torre Almenara, eterno vigía petrificado por el embate helado de los siglos.  Y allá vamos, desafiantes y decididos, a profanar con nuestro esfuerzo los secretos  designios de otros tiempos. Para que todo sea perfecto, las nubes se van apartando a nuestro paso como aquellas aguas bíblicas que escoltan ahora el éxodo multicolor de nuestras mochilas iluminadas ya por un sol radiante. Caramba con la subida.
Para anular los estragos de la fatiga imagino mientras camino a romanos guardando desde la torre la calzada  Dalmacia que desde el valle del Tajo subía hasta la indígena Miróbroga, actual Ciudad Rodrigo. O a feroces almohades vigilando desde lo alto las temidas incursiones de la Reconquista. O, finalmente, a cruzados cristianos vigilantes desde el mismo lugar los últimos escarceos sarracenos ya vencidos por la Cruz. Por eso esa pronunciada subida a la Almenara tiene un inquietante fondo metálico de espadas y cimitarras, de caballos y escudos, de gritos de guerra y trompetas de llamada, cuyos ecos anidan en los brezos que pisamos: perdidos entre estas sensaciones, por el mismo lugar de la Historia ascendemos en fila india como paladines confiados en un siglo equivocado.

     Bajar de allí por la cara sur no es fácil. Pero conseguimos ganar el llano entre los robledales que el otoño dejó desnudos, vislumbrando hacia poniente los tímidos tejados de Cadalso. Otra vez hemos hecho camino al andar como dijo Machado sabiamente. Otra vez hemos gozado con esa complicidad tácita de colegas embarcados en la misma aventura. ¿Cuándo es la próxima?